El silencio después del impacto era casi tan ensordecedor como el propio choque. Natalia se quedó paralizada, con sus ojos fijos en la escena de destrucción frente a ella.
Los autos estaban destrozados, el humo salía del capó del vehículo de Simón, y el del atacante había quedado incrustado contra un poste.
—No… no puede ser —murmuró, su voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a brotar incontrolablemente.
Sus piernas no respondían, su mente gritaba que corriera, pero el miedo y la incredulidad la mantenían anclada en su lugar. Negaba con la cabeza una y otra vez, como si con ese simple gesto pudiera deshacer lo que acababa de suceder.
Finalmente, con manos temblorosas, sacó su celular del bolsillo y marcó a emergencias.
—Por favor… hay un accidente grave en la carretera principal. Necesitamos una ambulancia y policía. Hubo un intento de… de asesinato —logró decir entre sollozos, con su voz quebrándose al final.
Sin esperar respuesta, cortó la llamada y, tambaleándos