Regresar a la ciudad natal de Lexy no resultó para nada agradable.
La pareja estuvo en silencio durante casi toda la mañana y solo intercambiaron una que otra palabra cuando se detuvieron en un pequeño comedor de comida casera.
Joseph atendió a Lexy como todo un caballero y le compró jugo natural de papaya y dos empanadas rellenas de queso y camarones, todo para consentirla, para robarle, aunque fuera una sonrisa.
Ella recibió toda su amabilidad con una inusitada alegría, pero con los ojos opacos, situación que intranquilizó al hombre y que lo hizo entender lo complicada que la muchacha se hallaba.
Para Lexy, regresar significaba perder la batalla y es que todos sus demonios estaban allí, esperándola para una guerra.
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