Todo el camino de regreso a casa transcurrió en silencio. Ninguno dijo una sola palabra. Adeline miraba fijamente por la ventana, con la mente enredada y pesada por el miedo a perder a su bebé. Jason la observaba de vez en cuando, la ansiedad oprimiéndole el pecho. Estaba aterrado por ella, aunque Adeline intentara fingir que estaba bien.

—Adeline… por ahora, quedémonos en casa de tus padres —dijo Jason en voz baja.

Pero Adeline no se movió ni respondió.

—Adeline, ¿me escuchaste? —preguntó de nuevo, sin apartar la vista de la carretera.

—¿Por qué deberíamos quedarnos con mis padres? —preguntó al fin, con la voz fría.

—Para que no estés sola cuando yo esté en el trabajo. Al menos allí, mamá y papá podrán cuidarte —explicó Jason con suavidad.

Adeline se giró y lo fulminó con la mirada.

—¡Estoy bien! ¿Por qué actúas como si fuera algo grave?

—Adeline, estás embarazada… y tienes un problema en los riñones. ¡No quiero que te pase nada! —estalló Jason.

Adeline volvió el rostro hacia la vent