56. Perdida
CHASSE
El silencio era lo primero que sentí al despertar. Un silencio ensordecedor que parecía envolverlo todo. Mi cuerpo estaba rígido, como si no hubiera movido un solo músculo en horas. La luz tenue del amanecer se filtraba entre las cortinas de la habitación, iluminando el espacio con un resplandor melancólico.
Giré lentamente en la cama, sintiendo cómo el dolor punzante en mi pecho regresaba como un viejo enemigo al que no podía esquivar. Al estirar el brazo, lo supe al instante: estaba solo otra vez.
—Harmony... —murmuré su nombre en la penumbra, como si al pronunciarlo pudiera invocarla. Pero la realidad me golpeó de frente. No estaba allí.
Me incorporé, mis pies descalzos tocando el suelo frío del hotel. Mis ojos buscaron desesperadamente alguna señal, algo que indicara que había sido un mal sueño, pero todo estaba en su sitio: la maleta aún cerrada, la habitación ordenada, y el aire... el aire cargado de ausencia.
Caminé hacia la pequeña mesa de noche y, con el corazón latien