Es demasiado fuerte para resistirme. Su cuerpo pesado me aplasta, y sus manos sujetan mis muñecas con tanta fuerza que el dolor comienza a punzar. Cole no parece razonar. Sus ojos oscuros, dilatados, me observan como si no me reconociera.
Su respiración agitada choca contra mi rostro, impregnada del olor acre a alcohol que me marea.
—Cole —lo llamo, intentando captar su atención—. Bájate de encima. Pesas mucho.
—¿Tienes algo que ver con ese artículo? —su voz suena rasposa y cargada de desconfianza.
—No —miento, manteniendo la calma a pesar del temblor en mi interior—. Tus padres y tu hermana me culpan, pero yo no hice nada. Lo juro.
Entrecierra los ojos, dudando, pero no veo rabia en ellos. Es como si no estuviera realmente presente, como si su cuerpo actuara por instinto, sin emociones que lo guíen.
De repente, su rostro se acerca peligrosamente al mío. El pánico me sacude. Está a punto de besarme, pero giro la cara, esquivándolo.
—No hagas esto —mi voz tiembla, pero suena firme—. No