TOBIAS
Clara me observa como si me hubieran salido dos cabezas, desde que llevé a la cama a mi hija y entré a una de las habitaciones de huéspedes, no ha dejado de caminar de un lado a otro, la conozco tan bien, como puedo asegurar que está haciendo una tormenta dentro de un vaso de agua. El clic de la puerta hace que salga de su ensimismamiento, y el que venga con esos pantalones cortos y ajustados, no me ayuda mucho a mantener la cordura.
—Una hija —comienza—. Tienes una hija y no me habías dicho nada, ¿cuántos años tiene? ¿Quién es la madre? Joder, eres un maldito mentiroso.
Me tomo el tiempo para quitarme el blazer.
—Se llama Marina, tiene seis años y es solo mi hija.
Voltea a verme con la rabia de un cañonero.
—¿Piensa que voy a creer que nació por obra de magia? —pone las manos en jarras.
—Puedes creer lo que quieras.
De pronto, en su mirada se atisba la culpa y la decepción.
—No vayas por ese camino —espeto con firmeza—. Su madre se llama Tania Sayer.
—¿Cómo la modelo