Capítulo 7. Primer conflicto con su marido infiel... no será el único.
Rodrigo la vio de pie detrás del escritorio de madera, como si nunca hubieran compartido su cama, su casa o su apellido.
-- ¡Me bloqueaste todas las cuentas, Paula! – le dijo, sin siquiera saludar. -- ¿Se puede saber qué clase de niña caprichosa decide borrar a su esposo como si fuera un proveedor? –
Ella entrelazó las manos sobre la mesa, no esperaba que se quedara tranquilo sin un centavo, pero llegar sin siquiera dar una explicación... eso era demasiado.
-- No soy una niña, Rodrigo. Y tú dejaste de ser mi prioridad desde que tu amante arruinó la fiesta de nuestro aniversario – se bufó molesta, no de él sino de sí misma por haber sido tan tonta todos estos años. Hacía mucho que sospechaba de él, pero nunca se atrevió a desafiarlo. – Dos años! ¿Parecía una burla sabes? Pero ya no me interesa lo pase con tu vida. Simplemente esta vez hice oficial lo que ya era evidente entre nosotros: que no tenemos nada –
Rodrigo apretó los labios. Había en su mirada una mezcla de frustración y algo más difícil de nombrar. Quizá miedo a perder todo lo que tenía con ella. O también podía notarse una especie de celos, para él Paula siempre sería su esposa, nadie más podría darle lo que ella le daba, pero en su mente no había lugar para alguien más, y estaba seguro de que de dejarlo, pronto alguien ocuparía su lugar.
-- Estás diferente – murmuró, casi para sí mismo. -- Más fría. Más... calculadora. Como tu abuelo –
Ese nombre...
Paula solía recordar a su abuelo en fragmentos nítidos, como fotografías a color que no se desvanecían, Federico Green no fue un abuelo cariñoso en el sentido tradicional, no la malcriaba como acostumbran a hacer los abuelos de sus amigas, para eso estaba su madre Analía. Pero para ella fue único, Federico Green fue la única figura paterna que tuvo en su vida.
Su abuelo poseía una dulzura seca que se filtraba en sus gestos cotidianos. En como le servía el té con limón que tanto le gustaba cuando estaba enferma, en la manera ceremoniosa en como pulía sus lentes antes de leerle un cuento de hadas, o cómo le regalaba silencios cómodos cuando ella aún no tenía palabras para sus preguntas.
Fue él quien le enseñó la diferencia entre justicia y ley.
“La ley puede ser una máquina. La justicia, en cambio, es humana. Por eso a veces comete errores”
Paula tenía apenas cuatro años cuando escuchó por primera vez ese matiz. Y a esa edad ella creía que su abuelo era infalible. Nunca entendió porque se había retirado tan abruptamente de su carrera pública dejando atrás una carrera intachable en la Corte Suprema, y menos que lo hubiera hecho dejando una nota seca, casi anónima, que simplemente decía:
** “Mis principios me impiden seguir ocupando esta silla.”**
pero lo hizo apenas ella aceptó que estudiaría leyes, hace más de nueve años, como si hubiera tenido que trabajar sintiéndose obligado, solo para esperar que ella, su única nieta creciera.
Así que escuchar que su marido infiel la comparaba con su abuelo para ella no era un insulto ni nada parecido. Ya que fue su abuelo el hombre que le enseño a leer, a escribir, a desconfiar de hombres como él y, a sostener sus miradas sin temblar.
Recordaba la forma en que él pronunciaba sentencias como si se tratara de narrar cuentos. Para ella, el mundo legal había sido un lenguaje aprendido desde la cuna. Pero había zonas que él nunca le enseñó. Sombras, grietas. Juicios que nadie mencionaba y que la llenaban de pavor. Por eso prefería estar alejada de ellos, sintiéndose segura en esas cuatro paredes que tanto le recordaban a él.
-- Si no tienes nada más que decir – le dijo Paula, recomponiéndose, -- te pediré que salgas. Tengo una reunión importante –
Pero Rodrigo no se movió, él no había dejado de observarla, su esposa no era la misma, de eso estaba seguro.
-- ¿Se trata de otro hombre? – le preguntó con dudas. Rogando en su interior no tener la razón. -- ¡Eso es!, ¿verdad? ¿Ya tienes a alguien más? – le continuó preguntando.
Paula se levantó. La figura que se alzó frente a Rodrigo no era la esposa amable y dulce que él había conocido, la que siempre tenía una sonrisa cuando él la necesitaba o la que siempre lo esperaba despierta aun cuando ni siquiera tenía intenciones de volver a casa. Ella parecía otra persona, era la abogada que nunca había querido ser y que ahora controlaba el legado del apellido Green. La que no necesitaba de su permiso para respirar.
-- ¿Tu preguntas eso? ¡sí que tienes agallas Rodrigo Tafur! – se acercó amenazadora. – Yo no te debo explicación alguna ¿sabes? Pero ya que quieres saberlo mi respuesta es ¡No!... Yo no soy como tú, mi vida. No hay nadie además de mí y decidí volver a ser la dueña de mi vida –
Rodrigo se dio cuenta de que había perdido el control de la conversación, había perdido el control sobre su adorada esposa y eso más que disgustarle lo contrariaba. Asi que prefirió dar media vuelta y salir, pero sus pasos no eran seguros. Parecía también haber salido de una batalla que sabía, la tenía perdida.
Paula se dejó caer en su silla con el corazón latiendo acelerado. Cerró los ojos, por un instante se imaginó el rostro de su abuelo, lo vio sentado en su sillón de cuero, leyéndole fallos judiciales como si fueran cuentos de hadas, asi era como lo recordaba.
“La ley es una espada y una pluma, Paula”, le había dicho una vez. “Pero tú decidirás en el momento oportuno, cuándo ser cada una de ellas.”
Paula suspiró, al menos había logrado superar a su esposo infiel, ahora debía averiguar quien sería el mejor abogado para iniciar su divorcio, no le pediría a nadie de su estudio, no quería ser imparcial, además, prefería evitar los rumores. Sabía que muchas cosas saldrían a la luz, y su vida nada expuesta podría convertirse en el centro de atención de la ciudad, como lo fue la noche de su celebración... sin querer en ese momento un rostro conocido también apareció en su mente... era el de Santiago Soler.
En otro lugar de la ciudad,
Santiago comienza a estornudar, al parecer alguien estaba pensando en él. El abogado observa los documentos que había estado leyendo y piensa en su abuelo, luego cierra los ojos y el rostro de su abuelo comienza a desaparecer, para ser ocupado por el rostro de Paula, él los abre al instante.
-- Eso no volverá a pasar abuelo. Ya esta decidido será ella quien pague por el error de su abuelo – murmuró.
Durante años, su familia evitó hablar del caso. Pero Santiago no podía olvidar a la mujer que lloraba por las noches entristecida por no estar con su compañero, tampoco podía olvidar a su madre, quien hasta hoy llora sin explicación frente a antiguos recortes de periódico. Él había encontrado una carpeta, olvidada en un archivo judicial cuando tuvo que revisar un caso del pasado, el apellido del juez era el mismo Green. Así que buscando un poco más logró encontrar el archivo olvidado de su abuelo, pruebas inconsistentes, testimonios manipulados, y un proceso tan limpio que parecía haber sido lavado.
-- ¿Qué tanto sabrá ella de los juicios de su abuelo? – se preguntó en voz alta. -- ¿Será tan corrupta como él? –
Pero Santiago no podía responder esa pregunta, o quizás no quería hacerlo. No después de haberla tenido frente a frente. Paula era directa, al menos eso parecía.
Tal vez un poco distante, a veces. Pero también había en ella una fisura, una pregunta sin responder. Algo que no coincidía con la idea de una heredera de la corrupción.
La noche había caído con una lentitud pesada, de esas que arrastran el cansancio emocional como si fuera un abrigo mojado. Paula salió de la oficina con el corazón cargado, sus pasos más firmes que su respiración, como si caminar pudiera silenciar el eco de las palabras de Rodrigo esa mañana. Mentiras, traición, excusas. Y, por encima de todo, la desoladora confirmación de que el hombre con el que compartió casi una década había sido un extraño todo el tiempo.
No supo por qué terminó otra vez en ese café pequeño, con luces tenues y aroma a canela. No era porque estuviera buscándolo, sino porque necesitaba perderse necesitaba por un momento olvidar quien era. Luego de la visita de Rodrigo necesitaba pensar bien el paso que debía dar. Además en ese lugar se había sentido invisible, en paz.
Al ingresar no se percató de la presencia de Santiago. Ella se sentó sin querer en el mismo lugar que ocuparon varios días atrás. Santiago la vio y sin esperar más se levantó para acercarse a ella, como si fuera lo más natural del mundo, o como si fuera una sombra que te acecha.
-- ¿Otra vez por acá? – ella levantó la mirada. Miró su reloj y sabía bien que el juzgado ya estaba cerrado, hacía horas que lo estaba, asi que le extraño verlo allí, ¿acaso la estaba esperando? Se preguntó en silencio, pero movió la cabeza para despejar aquello... ¡Eso no podía ser posible!
-- Yo trabajo al frente lo recuerdas... pero ¿tu? No me digas que es una coincidencia – le dijo ella mientras dejaba su bolso en la silla de al lado. Él sonrió.
-- Digamos que empiezo a entender tu rutina – su respuesta no le pareció lógica, e incluso noto tenía algo diferente en su tonó de voz. Algo más grave, más contenido.
-- Yo no tengo una rutina abogado Soler. Venir acá solo es un escape –
-- ¿Y de qué escapas hoy? Si se puede saber claro –