Doce lunas después:
El territorio del pueblo humano estaba en silencio, envuelto en una fina niebla del amanecer que se mezclaba con los primeros rayos de sol.
Lukan, ahora con tres años de edad contados en términos humanos, corría entre los árboles en su forma de lobo. Sus patas producían suaves crujidos sobre la nieve mientras ganaba velocidad, regresando de su carrera matutina diaria, siguiendo el consejo de su madre para fortalecer su conexión con su lado licán. El aire era frío, llenando los pulmones lupinos de Lukan, pero la tranquilidad era engañosa.
Los gritos resonaron desde la última casa, muy alejada de las demás, para que los humanos no escucharan lo que ocurría en la pequeña cabaña ni descubrieran qué tipo de seres vivían entre ellos.
Las palabras de la madre de Lukan, cargadas de dolor y desesperación, se mezclaban con el estruendo de objetos rompiéndose y los rugidos furiosos de su padre.
— ¡Maldito cobarde! — Su voz sonó, interrumpida por sollozos y respiraci