Barto

Alma

En la oscura camioneta, después de más de una hora con la vista obstruida, finalmente retiraron la bolsa de mi rostro. Al descender, dos individuos sujetaron mis brazos, y al recobrar la visión, lo vi a él. Con cabello oscuro como la noche, ojos verdes profundos, traje negro y corbata blanca, me resistía a aceptar que no fuera Iván, pues la semejanza entre ambos parecía imposible.

—Buenos días, Alma. Disculpa si mis hombres fueron toscos. — Dice con calma, buscando suavizar la situación.

—¿Para qué me trajiste aquí, maldito infeliz? ¿Acaso me secuestrarás nuevamente? — Inquiero molesta, con un tono de desconfianza evidente.

—No querrás que discutamos frente a mis hombres, gatita. — Él toma mi mano y me guía hacia la sala de la mansión, intentando mantener cierta elegancia a pesar de la tensión en el ambiente.

Odio que me hables como si fuera una cualquiera.

Era la misma casa en la que habíamos vivido antes con el Cuervo, lo que significa que el Alacrán no vivía demasiado lejos d
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