Telón
—¿Mudarme? ¿Pero como se le ocurre?—renegó Estela, de esa decisión tan precipitada.

—Déjate de tonterías, Mancini—la calló el hombre al otro lado de la línea—. Ya has firmado el contrato, así que a partir de este momento las cosas se harán a mi modo. Y claramente no pretenderás que deje que mi prometida viva en un barrio de mala muerte.

Estela tuvo que reconocer a regañadientes, que Alexander Karlsson tenía un punto.

—Pudo haberme avisado. No está bien que tome este tipo de decisiones sin siquiera consultarme.

—Tonterías. Recoge tus cosas—dicho eso, colgó el teléfono.

La joven exhaló soltando así en el aire toda su frustración. Al parecer, su inminente matrimonio ya había iniciado con el pie izquierdo.

«Y todavía no nos hemos casado», pensó, dándose cuenta de que Alexander ya buscaba mantenerla controlada.

—Hermana, ¿entonces tú no enviaste a estas personas?—volvió a cuestionar Amelia con preocupación. La jovencita temía haber cometido un grave error.

—Tranquila, Amelia. Sí, los
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