Capítulo 3

Un silencio procedió mientras su corazón cabalgaba salvajemente. Entonces Anaelise recordó sus terapias, las palabras de Oliver y todas aquellas cosas que consideró por mucho tiempo una estupidez.

“La mejor manera de enfrentar un miedo es mirándolo a los ojos Ana…”

Después de pasar un trago y tomar todo el aire posible, contuvo sus labios y se puso los más erguida posible. Así que centró su mirada color miel en aquellos ojos negros y les hizo frente.

—Mi nombre es Anaelise Becher, tengo 19 años…

—¿Por qué escogió la medicina? —le interrumpió Howard Miller con una sonrisa en su boca.

Ella tenía una larga lista para responder a esa pregunta, sobre todo y principalmente, aunque sonara egoísta, porque trataba de ayudarse a ella misma.

—Porque… —titubeó al principio dándose cuenta de que el hombre al lado de su profesor estaba un poco irritado, incluso ya no le miraba, y parecía muy incómodo—. Yo no solo quiero ser un médico general. Mi meta es especializarme en la Psiquiatría. La mente es un misterio para mí… porque conocer una persona y saber lo que tiene en la cabeza son asuntos distintos.

Las cejas de Howard se levantaron e inmediatamente intercambió una mirada rápida con Cox que estaba a su lado.

—Bueno es muy rápido para decidir en que se especializaran, ¿no? —preguntó Howard.

—No para mí —respondió Ana rápidamente.

 Xavier quitó la vista del hombre para posarla en aquellos ojos que querían leer su alma y se inquietó.

Por un momento se sintió profundamente incómodo y pensó por un momento en pedir tiempo fuera en este asunto. Pero su cuerpo estaba empecinado en seguir con aquellas corrientes que “esa” persona le estaba transmitiendo. Y en medio de todo negó para sí mismo, creyendo que este era un día de esos en que él les llamaba una completa m****a. No entendía nada.

Howard le pidió a la chica que se sentara y le agradeció por su intervención. Xavier sabía que el viejo se había enamorado de aquella frase que dijo Anaelise, aquel nombre que si lo comenzaba a degustar en su boca, lo iba a volver adicto por pronunciarlo.

Él tomó la carpeta y comenzó a hacer anotaciones en su hoja, Howard y él se sentaron a escuchar cada intervención de los presentes. No le gustaba mirar a las chicas de su clase, sabía a qué conllevaba todo esto, en muchas ocasiones, sus alumnas pretendían que sus muestras de cariño eran una invitación a la cama y él estaba en una cuerda suficientemente floja como para cometer un error.

Xavier pasó sus dedos por sus ojos restregándolos un poco mientras escuchaba las voces dulces y sensuales, algunas insistentes por reclamar su atención, y algunos jóvenes que de hecho había tachado en su lista porque sencillamente no daban el clavo en esta carrera.

—Me llamo Andrew White… —Xavier arrugó su ceño y levantó la mirada hacia el joven.

— ¿Eres hijo de Jarol White? —preguntó Xavier muy lentamente.

Andrew se colocó un poco rojo y asintió mirando hacia atrás, por lo tanto, Xavier también lo hizo. Entonces descubrió que su mirada se centró en Anaelise.

Por un momento se sintió incómodo con la situación que se encontró. Ella estaba allí sentada, pero no estaba atenta a las presentaciones, y cuando él decidía mirarla, ella no devolvía el gesto. Y esto le causó una fuerte curiosidad, ya que tenía encima todos los ojos de sus alumnas encima de él.

Esto no le hacía arrepentirse de lo que había hecho unas horas antes con esa chica. Era lo justo, y quizás nunca volviera a su clase. Todos debían saber que la puntualidad para él era algo inquebrantable y unos ojos lindos y cara bonita no le cambiarían el pensamiento, nunca.

—Conozco a tu padre —intervino Howard.

«¿Quién no lo conocía?», pensó Xavier, el padre de ese chico era uno de los hombres más ricos de Durango, Colorado.

—Bueno y… ¿Qué te ha parecido interesante hasta ahora de la carrera? —volvió a preguntar Howard en un tono de caer bien, lo cual irritó a Xavier.

Cox estaba tratando de mantener la armonía con los colegas de la universidad de Fort Lewis, pero estas situaciones lo hacían dudar un poco. Estaba aburrido, fuera de su comodidad, y esta dinámica, o la m****a como le quería llamar Howard, le parecía una ridiculez.

Así que suspiró intentando colocarse de pie.

—Bueno… —dijo Andrew con una sonrisa—. Ya tengo una amiga.

La mirada de Anaelise se abrió impactada ante las palabras del chico que estaba enterrando con sus ojos.

Howard expulsó la risa, y luego unos silbatos procedieron en aquel salón haciendo la situación más incómoda para Ana. La rojez de su rostro solo estimuló aquella rabia en Xavier quien se levantó de inmediato de su asiento para colocar una postura rígida y muy seria entre todos.

—¡Me parece que estoy lidiando con una manada de pendejos que les hacen casos a las hormonas! Creo que yo terminé por aquí —dijo Cox, y luego arrojó su carpeta para salir del salón sin pedir el permiso de Howard.

Por un momento todos los chicos quedaron en silencio, pero el corazón de Anaelise latía muy rápido. Estaba enojada, irritada, pero sobre todo con una confusión enorme en su pecho.

«Ese hombre era un enigma».

—Bueno, ustedes se lo buscaron —dijo Howard y luego procedió a tomar su marcador, para así comenzar una introducción sobre la materia.

«Por fin», exclamó Anaelise es un suspiro bajo, al mismo tiempo que Andrew se giró un poco culpable pidiéndole con las manos que lo perdonara.

Ana le dio una mirada asesina y luego lo ignoró durante todo el resto de clase.

Antes de retirarse del recinto universitario, ella pensó que debería llenar unos papeles en la secretaria para el cobro de su matrícula directo de la cuenta de su padre. Se apresuró en llegar, ya que debía estar puntual en la cita con Oliver y todavía no había almorzado.

Cuando llegó al área que estaba fresca con aire acondicionado, la secretaria le dio unas hojas para rellenar y le dijo que se podía sentar en un sofá que estaban a la esquina, cerca de una cafetera eléctrica.

Ana se concretó para realizar el procedimiento rápido cuando escuchó una carcajada y alguna voz conocida, que la hizo levantar su cabeza. Una puerta semi abierta que estaba a su derecha se entreabrió para hacerle ver que era una especie de salón de profesores, muchos de los suyos estaban allí dentro, pero una imagen y una situación la hizo quedarse mirando fijo.

Xavier Cox, su profesor de Psiquiatría, estaba recostado en un sofá mirando hacia el techo mientras una aduladora que no paraba de hablarle con los labios pintados de rojo extravagante, le parloteaba de cosas que ella no podía entender desde esa distancia. Se trataba de Olivia, su patada en el trasero.

La mujer pasaba de vez en cuando las manos por los brazos de Xavier, como si fuese una eventualidad, reía como una desquiciada y en algunos casos, lograba tocar el cabello de Cox. Ana sintió una sensación extraña nuevamente al ver la escena y pensó por un momento que, su nerviosismo se debía al hecho de que fuera capturada observándolos.

Así que justo cuando la mujer se le acercó más a Cox, respiró con dificultad. Pero no fue hasta que en ese intento por detallar cada movimiento, cuando de repente, Xavier se irguió frunciendo el ceño y sin dudar, puso los ojos sobre ella encapsulando ese momento en segundos lentos, mientras sus miradas volvían a centrarse en el otro.

La boca se le secó hasta que le dolió la garganta. Los papeles, el lapicero y algunas de sus libretas cayeron al suelo, mientras sus manos temblaron desesperadas. Quitó su mirada y de inmediato y se arrodilló a recoger sus cosas para salir como una loca de aquel lugar.

Entonces el ceño de Olivia se profundizó una vez que observó lo que había ocurrido, y luego volvió su atención en el hombre que desde hace mucho la volvía loca.

—¿Qué fue lo que le ocurrió a esa chica? —preguntó fingiendo inocencia. Lo que menos quería era apabullar al hombre que estaba compartiendo su rato libre con ella. Estaba de más pensarlo, Olivia conocía la volatilidad de Xavier, como también entendía que unos minutos con él era un privilegio que no quería desperdiciar.

Él negó sin decir una palabra y luego volvió a recostar su cabeza para fijar su mirada en el techo nuevamente. Y lentamente cerró sus ojos.

Después de una rápida comida, Ana se duchó y luego salió para tomar el transporte hacia su cita de todos los viernes. Se anunció en la entrada, sus terapias eran en el hospital central de Durango, donde iba toda persona que tenía cualquier problema de salud en su cuerpo.

La mujer que siempre daba sus citas y medicamentos le pidió un minuto a lo que anunciaba su entrada, y luego la dejó pasar asomándole una sonrisa.

Y así Anaelise pisó aquella alfombra y aquella habitación, que olía a paz.

Oliver la recibió como todos los viernes y le asomó el sillón para que procediera a sentarse. Lo miró por un momento y luego decidió que estaba vez no se sentaría.

Él esperó como siempre, ella se veía un poco distraída, pero al menos esa tristeza que la destacaba no estaba en su rostro, y eso podía sumarlo al colocar en su libreta: “día bueno”.

—Hay algo que… —le escuchó decir cuando levantó su mirada hacia ella. Pero su arrebato le duró solo unos segundos.

—¿Algo… qué? —preguntó con mucha cautela.

Ella negó y luego se sentó soltando un soplido largo. «¡Bien, había perdido ese punto de arrebato!, después de relajarse ella no soltaría lo que le atoraba en la garganta», pensó Oliver.

—¿Qué tal tu semana? ¿Qué te ha parecido la facultad?

—Estresante… y entretenida. Mis profesores son… unos muy buenos en sus materias, aunque solo estamos en un inicio, algunos son exasperantes y otros…

—Bueno, ese es el inicio. La medicina no es nada fácil, algunos te harán la vida de cuadros —después de que Oliver dijo esta frase se arrepintió, pero ya no había nada más por hacer.

Ella envió una risa cínica hacia él y luego volvió su mirada a la pecera.

—¿Conoces a Xavier Cox? —preguntó Ana sin titubear y luego le miró fijo.

Oliver arrugó su ceño y se puso un poco nervioso. Quitó la mirada de Anaelise e hizo que escribía en su libreta. Pero este nombre solo le recordaba titilante, que él debía hablar muy seriamente con ella.

No sabía cómo comenzar, cómo ahondar en el tema, ni tampoco la reacción que tendría ella. Y lo peor es que debía hacerlo rápido.

—Es colega, se especializó en Psiquiatría. Hace un año terminó un curso en New York en enfermedades mentales. Aunque es joven, porque creo que Cox debe tener unos 31 a 32 años, pero es una eminencia en su rama. Ha aportado mucho a la universidad de Fort Lewis College. ¿Por qué la pregunta?

—Pues, debe saber que será mi profesor también, y… que me cerró la puerta en las narices esta mañana.

Oliver abrió mucho los ojos y luego un poco incrédulo, se interesó en la conversación.

—¿Por qué hizo algo como eso?

Anaelise se encogió de hombros.

—Llegué tarde a su clase. Pero…

—Bueno… —la interrumpió—. Él tiene un problema con eso, Ana… es obstinado, pero debes saber que debes ser puntual, la hora es muy importante en nuestro ámbito.

Anaelise mordió sus labios un poco nerviosa, pensando en sí debería estar hablando sobre este tema con Oliver.

—Lo sé…

—¿Ese retraso se debe algún efecto de los medicamentos? —preguntó—.  Tú eres muy puntual en tus cosas, de hecho, puedo decir que más de la cuenta.

—Solo me quedé dormida, me acosté tarde, es todo —mintió Anaelise apresurada. No volvería a dar pie para que hablara nuevamente del tema de sus pastillas.

Oliver carraspeó varias veces nervioso, y esa situación hizo que Ana se pusiera insegura ante su actitud. Algo estaba mal en su Psiquiatra, inclusive con un ambiente fresco, Oliver sudaba.

—Anaelise, quisiera hablar contigo de un tema importante. De hecho, nuestra sesión se alargará un poco hoy.

—¿De qué se trata? —preguntó ella sin esperar.

—De ti, de mí. De estas terapias.

A Oliver incluso la idea le dolía. Esta era su vida, su pasión, incluso todo en lo que su mente podía pensar. Pero él ya había tenido en su mesa la carta de jubilación donde le extendieron un pago más que favorable. Incluso, esa hoja la había leído su esposa y su familia los cuales saltaron de alegría, ya que él tendría más tiempo para compartir de ahora en adelante con ellos.

Pero mirar ese rostro en sí, en la chica que tenía frente suyo, le hacía querer seguir ejerciendo. Sin embargo, era una decisión que había tomado con su esposa, y ella lo mataría si él decidiera retractarse. «No podía hacer nada, aunque quería».

—No entiendo —la inseguridad con la que los labios de Ana pronunciaron aquellas palabras, le aplastaron el corazón, entonces él soltó todo de sus manos y se puso de pie para apretar sus ojos con los dedos.

Dio un resoplido largo y caminó hacia varios lugares de su consultorio.

—Yo… —lo intentó por un momento, pero la mirada inquisitiva de Ana lo hizo detenerse—. ¿Por qué nunca me has dejado ayudarte completamente?

—Usted ha hecho mucho por mí…

—No lo necesario y lo sabes Ana, me has ocultado cosas, dices otras a medias. Te cierras. En los 14 años que tengo ateniéndote sabes que no has sido completamente sincera, sabes que me ocultas más de la mitad de todos los sucesos que viviste… Anaelise, yo he querido…

—¡Ha sido suficiente!, no hay más para contar…

—¿No? —Preguntó Oliver enfrentándola sin miedo a que ella saliera corriendo como muchas veces lo hizo en un pasado—. ¿Quién más estuvo en esa habitación?

Ana abrió mucho los ojos agitándose por completo. Años, esos eran los que pasaron y ni siquiera sabía cuántos desde la última vez que hablaron de esa persona innombrable. Solo tenerla en el pensamiento le erizaba el vello corporal de una forma espeluznante. Solo recordar llenaba su cuerpo de pánico.

Sus labios temblaron a lo que los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Nunca hablaremos de esa sombra, Oliver… es solo eso, una oscuridad.

Oliver llevó la mano a su boca en señal de cansancio y luego negó varias veces.

—Siento mucho que no te haya dado la suficiente confianza para que te sintieras segura, Anaelise.

Ella miró sus manos sintiéndose culpable.

—No es tu culpa… hay cosas que no tienen reparo…

—Una niña de 8 años pensó que si —Oliver citó sus mismas líneas llamando la atención de Ana—. “Un alma no está lo suficientemente rota…”

—¡No quiero escucharlo! Eso no tiene sentido para mí, no lo tiene… —las lágrimas cayeron por el rostro de Anaelise, y viendo esto, Oliver se sentó resignado en su sillón.

Cerró su libreta se quitó las gafas y suspiró para lo más difícil de esta sesión.

—Yo… no podré seguir acompañándote en esto, Anaelise. Mi tiempo ha terminado aquí…

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo