Fanco no terminaba de creer lo que tenía ante sus ojos, mucho menos lo que había visto y todavía le costaba trabajo asimilar que, después de comerse tres bandejas de empanadas, Valeria todavía tuviera hambre.
—¿Ordenamos, amor? —preguntó Franco.
—¿Amor? ¿En adelante me vas a llamar así? —preguntó Valeria, algo sonrojada porque jamás hubiera creído posible que su jefe llegara a llamarla de esa forma y, menos aún, sentirse halagada de que él lo hiciera.
—Había pensado en “tragoncita”, pero quizá a ti no te guste mucho —bromeó Franco.
—Pero qué perceptivo eres…
«Llámame así y verás a quién le hago tragar mis zapatos».
A una seña de Franco, el mesero se acercó a la mesa para ofrecerles la carta.
—Voy a pedir el steak con salsa de la casa —dijo Franco con la carta entre las manos—. Te lo recomendaría, pero la salsa tiene algo de picante y no sé si puedas…
—Me encanta el picante —dijo Valeria, adelantándose a las palabras de Franco—, es más, ¿qué te parece una competencia?
—¿Eh? Pero, no