Después de haber llegado a la tienda de ropa que le recomendó Franco, Valeria se encontró cn Sofía, que también acababa de llegar. El trasteo había salido muy bien y, aunque los jóvenes no se llegaron a quitar las camisetas, sí se sacaron una selfie con Sofía, sentada en el sofá, entre todos ellos, como si fuese una diosa escoltada por fuertes gladiadores.
—Deberías mostrársela a tus papás —bromeó Valeria cuando la vio— y decirles que ese fue el recibimiento a la casa de la señora mayor que vas a cuidar.
—Muy chistosa, amiga. Me encanta tu sentido del humor —dijo Sofía—, pero sabes que hasta lo haría, solo por ver la cara que ponen.
—No seas malvada. Son tus papás y te quieren mucho, aunque tengan sus defectos.
—Ya hablas como toda una mamá, Vale.
Valeria no supo si las palabras de Sofía habían sido sarcásticas, en broma o algún tipo de desquite por lo que le había dicho sobre la foto que se tomó con los ayudantes de la mudanza, pero pronto olvidó el incidente, cuando el propietari