CAPÍTULO 3

En el camino, el silencio dentro del auto era sofocante.

El motor del auto rugía con un ritmo constante, pero mis pensamientos eran un caos. Ninguno de los dos había dicho una palabra desde que nos subimos. Sentía su mirada ocasional, analizando cada uno de mis movimientos, cada expresión en mi rostro. Sabía que tenía preguntas, podía verlo en la forma en que sus ojos oscuros brillaban con algo cercano a la curiosidad, pero por alguna razón, las callaba.

Me humedecí los labios, tratando de aliviar la tensión en mi garganta. Finalmente, rompí el silencio, aunque mi voz salió más débil de lo que esperaba.

—¿A dónde iremos?

Dario no tardó en contestar.

—A casa —dijo con una frialdad que me hizo estremecer—. Donde siempre debiste estar.

Mi corazón dio un vuelco ante sus palabras. Me obligué a asentir, aunque por dentro las dudas me carcomían.

El silencio volvió a envolvernos, pero esta vez fue él quien lo rompió.

—Quisiera saber cómo se conocieron tú y Sebastiano.

Su pregunta me dejó sin
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