Dio expresivas muestras de gratitud al zapatero, que se ofreció a
acompañarle a su casa y salió, sacando fuerzas de flaqueza, a paso
largo, sin saber adónde iba. «Yo debía tirarme al río», se dijo. Pero
enseguida reflexionó que ni por aquella ciudad pasaba río alguno, ni él
tenía vocación de suicida. Pasó junto al café de la Oliva, donde solía
tomar Jerez con bizcochos algunos domingos, al volver de misa mayor, y
el deseo de un albergue amigo le penetró el alma. Entró, subió al primer
piso, que era donde se servía a los parroquianos. Se sentó en un rincón
oscuro. No había consumidores. El mozo de aquella sala, que estaba
afinando una guitarra, dejó el instrumento, limpió la mesa de Reyes y le
preguntó si quería el Jerez y los bizcochos.
--¡Qué bizcochos!, no, amigo mío. _Botillería_, eso tomaría yo de buena
gana. Tengo el gaznate hecho brasas....
El mozo sonrió compadeciendo la ignorancia del señorito. ¡_Botillería_ a
aquellas horas!
--Ya ve usted... _botillería_ a estas horas....
--E