Capítulo dieciocho

Se golpea la sien, una forma extraña de sacar los recuerdos que la atormentan de su cabeza. La curiosidad que ha sacado a relucir desea ver lo que ella presencia a cada paso que da. Gracias a ello la inquietud que se ha apoderado de mí es tanta, que sería capaz de jalonear su cabello para que deje de hacerse daño.

—¿Cuándo acabará esa tortura?

Su pecho deja de moverse al soltar tal pregunta.

—Hasta que yo encuentre el modo de redimirme con esos recuerdos.

Bajo la mirada. Hace poco llegamos al monte, a la colina más alta o eso creo. Estamos esperando a su padre, ella se encuentra recargada en una rama y yo sentado en una roca. No le he quitado la vista de encima, sus ojos están inflamados y bajo estos las bolsas oscuras son prominentes. Nadie desearía permanecer así de demacrado. Yo no sería capaz de seguir en pie con un tormento como ese, todos tenemos memorias

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