Hardin Holloway
Me quedé un rato mirando la puerta. ¿Cómo había tenido el valor de decirme esas cosas? Lo sé, probablemente yo la provoqué. Y odiaba admitir cuánta razón tenía. Las palabras seguían resonando en mi cabeza, como una maldita canción que se repite sin cesar.
Un rato después me di la vuelta y me senté. Su ropa mojada seguía en el suelo, ensuciando toda mi habitación. Volví a coger mi bebida. He bebido a menudo desde que ella entró en mi vida, y ni siquiera era lo bastante guapa como para hacerme sufrir. Debía de estar volviéndome loco. Era eso. Maila me había malcriado. Me tomé un trago. Miré el escritorio, los montones de papeles dispersos que se habían acumulado y que la señorita Clarke había cuidado tan bien... Lo único que recordaba de Maila eran las veces que le arrancaba la ropa y la sentaba en mi escritorio con las piernas abiertas...
Me masajeé la cabeza. ¿Por qué demonios estaba comparando a estas mujeres? No tenían nada en común, ni siquiera el romance. Maila er