Capítulo 2

«Ellos son mis enemigos. Esos malditos esclavos solo deben sufrir», dice en sus pensamientos mientras se aprieta el cabello.

Ese es el conflicto del alfa Tron, de la manada Luna de hierro.

Él es cruel, poderoso y ambicioso, que ha preparado las divisiones de guerreros más letales de todo su alrededor.

Heredó el liderazgo a temprana edad, debido a que su padre murió en la batalla.

Él es temido por la mayoría de las manadas, venerado por su gente y deseado por las mujeres que tienen la dicha de ser testigos de su belleza fiera.

Como con todos los alfas, se espera que él encuentre a su luna destinada, quien tiene que ser una loba fuerte, hermosa y muy sabia, puesto que debe ser de ayuda idónea en su gobierno.

No obstante, él acaba de descubrir que su compañera es una simple omega.

Mas no cualquier omega, peor que eso, ella es una esclava que pertenecía a otra manada, la manada que trajo la desgracia y el dolor a su familia.

En ese momento, uno de sus hombres de confianza entra a su estudio con expresión victoriosa.

—Alfa, los guerreros que envió para saquear a las aldeas bajo el dominio de la manada Fuerza de bronce, llegaron con un gran botín y más esclavos. ¿Desea usarlos en su mansión o que lo llevemos a trabajar la tierra junto a los omegas de Rayo dorado?

—¿Cuántos son? —pregunta con expresión ida y un poco de desinterés.

—Veinte hombres jóvenes y enérgicos, cinco niños y diez mujeres. Todas jóvenes y hermosas —dice lo último con tono alusivo.

El alfa hace una mueca, pero luego sonríe con malicia.

—Trae a las mujeres a la mansión y separa a las dos más hermosas para mí. A las demás, repártelas entre ustedes, los ocho jefes más sobresalientes. Está de más decir que deben cortejarlas para el apareamiento y no obligarlas. La que no quiera copular será puesta en el trabajo duro junto a esos sucios omegas de Rayo dorado.

—Estamos consciente de ello, alfa. No debe preocuparse, siempre obedecemos sus órdenes —responde el subordinado, aunque aquello es una vil mentira—. ¿Vendrá a celebrar con nosotros?

Él se queda pensativo y asiente neutro.

—¿Tengo opción? Quiero que reúnas a todos los habitantes de la manada en la plaza principal, incluyendo a los omegas esclavos de Rayo de dorado.

—¿A los omegas esclavos? —pregunta el hombre sorprendido—. ¿Para qué quiere reunirlos?

—¿Tengo que darte explicaciones de mis órdenes? —profiere, crujiendo los dientes.

Un leve temblor recorre al hombre, debido a la fiera y amenazante mirada que el alfa le atina.

—No, señor, perdone mi insolencia. —Baja el rostro—. Es solo que me sorprende, puesto que nunca los toma en cuenta para nada. Debe saber que el trabajo del campo se detendrá si los convoca a todos.

—No me importa. Quiero que todos ellos estén en la plaza para que sean testigo de mi poderío y éxito. Les restregaré en la cara que ellos no son nada y que, a pesar de que creyeron que me lo quitaron todo, ahora soy yo el que obtiene lo que quiere.

—Como ordene, alfa —contesta su subordinado, antes de dejarlo solo en el estudio.

***

La madre observa a su hija mientras menea la cabeza en desaprobación.

—¿Te bañaste con las hojas que te di? —interroga con un tono despectivo y cargado de decepción.

Ella asiente con la cabeza porque ni a mencionar palabras se atreve.

—Báñate varios días con esa hoja y mantente encerrada hasta que el olor a hombre se te quite de encima. ¿Quién fue el que te mancilló? No pudo ser un lobo común para que tengas ese aroma por tanto tiempo y con esa esencia tan fuerte.

Ella se muerde el labio inferior y se abraza a sí misma.

—No lo conozco...

La madre la cachetea.

Es la tercera vez que lo hace, después de que la vio llegar toda desaliñada a causa de su encuentro de apareamiento.

—¡Te dije que no salieras mientras estuvieras en celo! Es tu culpa que te hayan usado como trapo viejo. Ya perdiste lo único valioso que tenías, ¿quién se unirá a ti ahora si solo eres una esclava?

La chica deja que las lágrimas sean ese bálsamo a su dolor y humillación, a la vergüenza y el asco que siente de sí misma.

—No necesito unirme a ningún hombre, mamá. Soy una esclava que trabaja para comer, puedo seguir haciendo eso por el resto de mi vida.

—¿No piensas tener cachorros? —interpela escandalizada con su respuesta.

—¿Para qué? Ya mi destino fue marcado desde que fuimos traídos a esta manada. Soy y siempre seré una esclava, ¿para qué traer cachorros a sufrir? —responde desesperanzada.

—¡Qué disparates dices! —increpa su madre—. Serás una mujer completa y con honor cuando formes tu propia familia. ¿Acaso piensas morir sola, Otsana?

La joven no responde porque sabe que, si lo hace, obtendrá una lluvia de sermones.

Mientras tanto, el anuncio de convocación es hecho, así que todos los habitantes de la manada deben dejar sus quehaceres e ir a la reunión masiva que ordenó el alfa.

Es así como todos ellos se reúnen en un claro enorme, a las afueras de la manada.

Por supuesto, los miembros son divididos por clases sociales, estando los omegas esclavos muy aparte de los demás, debido a que ellos son la escoria de ese lugar.

La discriminación en contra de ellos no es por el hecho de ser simples omegas, más bien, porque fueron traídos de la manada que traicionó al padre del alfa, lo que desató un odio irracional sobre personas inocentes.

Para sorpresa de todos, el alfa camina por el lado donde se encuentran los esclavos, provocando el pánico en estos, quienes solo se limitan a bajar el rostro y quedarse en silencio delante de él.

El olfato del alfa busca de manera disimulada aquel aroma que se ha quedado impregnada en su cuerpo, al mismo tiempo en que su mirada escanea a todos los esclavos.

—¿Qué hace el alfa? —pregunta Vesti, la amante formal de Tron, quien espera ser marcada por él y convertirse en la luna de la manada.

—Ni idea. El alfa tiene varios días ya actuando extraño.

—Yo también lo he notado. ¿Puedes creer que no me ha tocado desde que regresó del campamento de entrenamiento? Según mis cálculos, su celo debió llegarle en esos días, pero nunca mandó por mí ni me fue a visitar.

—Bueno, sabes que no eres la única que lo satisface —responde él con ironía.

—Yuá, ¿crees que no estoy pendiente de las otras mujeres del alfa? Ninguna de ellas fue buscada en esos días.

—Estás formando una tormenta en un vaso de agua. —Él entorna los ojos—. El alfa es un hombre deseado entre las hembras de la manada, cualquiera pudo calmarle el celo, pero eso no tiene que representar una amenaza para ti.

—Es que Tron no se digna en marcarme ni en mostrarme ante la manada como su luna. Siempre que le hablo del tema me evade o se enfurece. ¿Sabes? En el fondo, creo que él espera encontrar a su compañera destinada, como suelen hacer la mayoría de los alfas.

—Si no la ha encontrado aún, ¿crees que exista? Además, no hay una loba en esta manada que te supere. Estoy seguro que, si eso aconteciese, el alfa la rechazaría solo para darte ese lugar a ti. Es que la nueva luna debe estar a la altura de la anterior y no cualquiera puede darse ese lujo.

»Eres hija del jefe de los guerreros, el segundo al mando. Solo el alfa está por encima de tu padre, así que tu puesto como futura luna está asegurado, Vesti.

Vesti suspira y mira al alfa.

Espera que en realidad Yuá esté en lo cierto, porque no soportaría que otra mujer le robe todo por lo que ella tanto ha luchado.

Se ha humillado bastante al alfa para poder conseguir ese título, incluso rechazó a su compañero destinado por él.

Aquello fue doloroso, pero ella es una mujer de estatus, así que jamás hubiese sido feliz al lado de un omega con un cargo menor en la administración de la manada.

Por otro lado, Otsana evita a toda costa mirar en dirección al alfa, como tampoco desea ser vista por él.

Gracias a su complexión física le es fácil ocultarse entre los demás esclavos, pero hay algo que ella no puede esconder: su aroma.

Esa que pronto inunda las fosas nasales del hombre que la humilló, entonces queda en evidencia.

El olor de él hace rato le está haciendo estragos a ella, razón para que su loba se emocione al percibir a su compañero.

Por instinto y de manera disimulada, ella observa en dirección a él, pero al instante se espanta porque descubre esa mirada gris que la escudriña de manera intimidante.

Es inevitable perderse en el tono plateado y cristalino, que la devora en silencio y la detalla de una manera que la pone alerta.

Todo en esos ojos sombríos y fieros grita peligro, en especial, porque tienen un efecto hipnotizante que la hace sentir presa a su voluntad y expuesta a sucumbir a sus más oscuros deseos.

—Aquí estás, pequeña.

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