James
Al ver el mal estado de Christopher, sus gimoteos de nena y la sangre que no se detiene dentro de su nariz, decido intervenir, obligo a Miranda a alejarse. Forcejea conmigo, pero logro sacarla de la oficina.
—Vamos. No me hagas esto —suplica ella, y sonrío—. Esto es divertido.
—Quédate allí.
Chilla como bebé, igual a Isis cuando me suplica que la tome en brazos. Ruedo los ojos y resoplo, cosa que la hace reír.
—Prometo quedarme en una esquina.
Cierro la puerta con firmeza, escuchando perfectamente su grito inconforme, y vuelvo a enfrentar esta escena tan patética que tiene lugar en mi oficina. Un asesinato en mi alfombra de l