Walter había dejado claro en numerosas ocasiones, tanto a ella como a los demás, que no la amaba. Sin embargo, Mariana, como una polilla atraída por la magia del fuego, se lanzó sin reparos hacia él hasta quedar magullada y maltrecha.
Bajó los ojos con fatiga cuando, de repente, llegó a sus oídos una voz: —Mariana, lo siento... por estos tres años.
Ella giró la cabeza y se cruzó con su mirada en el aire. Sonrió levemente y respondió fingiendo despreocupación: —¿Lo sientes? ¿Por qué? Fue todo mi elección.
Antes, solía resentir la frialdad de Walter y reprochar la intromisión de Jimena. Pero ahora, después de haber perdido todo en el matrimonio, finalmente entendió que el problema residía en ella misma.
Con las cosas llegando a ese punto, no culpaba a nadie más que a sí misma.
Walter continuó: —Trataré de compensarte.
Mariana soltó una risa fría; no necesitaba ni despreciaba su compensación.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ella entró sin dudar. Walter intentó seguirla, pe