El lugar se llenó de murmullos de asombro.
Nerea esbozó una sonrisa elegante y asintió ligeramente en señal de saludo a todos.
Inmediatamente, un botones se acercó para guiarla al salón de eventos.
Nadie notó que, no muy lejos, un coche negro estaba estacionado. La ventanilla se bajó lentamente y el conductor susurró: —Señorita, ella ya entró.
La aparición de Nerea fue como la estrella polar en el cielo nocturno, iluminando instantáneamente todo el evento.
Al fin y al cabo, la familia Guzmán tenía un prestigio inigualable en Yacuanagua.
Desde la muerte del esposo de Nerea, el anterior líder del clan, ella había asumido la responsabilidad de mantener unida a toda la familia. Aunque Walter y Agustín eran figuras muy influyentes, el verdadero poder seguía en sus manos.
En cuanto Nerea apareció ante todos, alguien se adelantó para saludarla con la mayor cortesía: —Buenas noches, señora Guzmán.
Nerea asintió levemente, con una serenidad inquebrantable.
En ese entorno lleno de fama y poder,