—Oh, una paciente intentó aventarse y él la salvó —explicó Mariana mientras miraba la herida en su muñeca.
En realidad no era gran cosa, apenas un rasguño.
De repente, le vino a la mente la imagen de la mano de Walter llena de cicatrices, mucho más grave que la suya.
—Quiero decir, cuando subiste a mi coche, Walter te vio —añadió Serafín.
Mariana se quedó perpleja por un momento, luego giró la cabeza y lo miró antes de soltar una carcajada.
—¿Y eso qué?
Serafín, confundido, le preguntó: —¿De verdad ya no lo amas?
—Esa pregunta ya no importa —dijo ella, bajando la muñeca y mirando por la ventana.
¿Qué importaba si todavía lo amaba o no? Al final daba lo mismo: nunca obtendría el corazón de Walter. Entonces, ¿para qué atormentarse con eso?
Mariana estaba absorta mirando por la ventana, cuando de repente sus ojos brillaron y señaló hacia fuera: —Espera...
Un bullicioso pequeño parque apareció ante ellos, con una fuente en el centro y rodeado de gente.
Serafín entendió de inmediato lo que