Mariana cocinaba con mucha dedicación. Pronto, el aroma de la comida llenó la casa. Walter era la primera vez que experimentaba esa calidez en su hogar.
Así era la verdadera vida feliz. Lo que había vivido antes eran solo días sin sentido.
Jimena solo sabía hacerle pucheros y hablarle de los restaurantes que le gustaban, nunca le cocinaba.
Con Jimena, cada día era una novedad. Pero con Mariana, había una estabilidad y una confianza inquebrantables. Los jóvenes suelen buscar la novedad, pero al mirar atrás, se dan cuenta de que las personas más confiables son el verdadero refugio.
Y esa confianza se debía, en parte, a la culpa que él sentía por ella.
Mariana podía buscar la novedad. Sin embargo, estaba dispuesta a sacrificar esa novedad por el bienestar de su familia.
Cuando Mariana terminó de cocinar, se quitó el delantal y Walter ya había puesto los platos y cubiertos en la mesa, esperando por ella. Era raro que ambos disfrutaran de una comida tranquila juntos.
La comida de Mariana er