Desperté con un dolor de cabeza peor que cualquier resaca que hubiera tenido. Parpadeando ante la intensa luz de la mañana, me di cuenta de que estaba sola. Antonio se había ido.
Me incorporé, con la mente a mil por hora. ¿Cómo pude ser tan tonta? Me dejé llevar por la curiosidad, por el deseo que sentía por él. Me engañó, me usó, y ahora se ha ido. Sentí una oleada de vergüenza y rabia. Me vestí a toda prisa, con movimientos bruscos y furiosos.
No podía creer que me hubiera dejado engañar así. No pensaba con claridad, solo pensaba en Antonio anoche. Ahora, solo sentía una rabia ardiente. Salí furiosa de la habitación y bajé la calle hasta que encontré una moto de alquiler.
—¿Necesitas que te lleve? —preguntó el conductor, mirándome con curiosidad.
—Sí —respondí secamente, dándole el dinero y agarrando el casco—. Solo conduce.
La moto arrancó con un rugido y recorrimos las calles a toda velocidad. El viento me azotaba el pelo, pero no lograba calmar mi ira. Solo pensaba en regresar, e