Los puños de Lino Salvatore se movían con precisión al golpear el saco de boxeo con movimientos potentes y fluidos. Cada patada y puñetazo se ejecutaba con una gracia propia de la práctica. Con cada golpe, descargaba su ira, su frustración, su dolor y su estrés.
Cada vez que gritaba «¡Ah!», dejaba escapar la confusión sobre a quién ser leal: si a la mujer que llevaba a su hijo en su vientre o a su prometida. Su ceño estaba fruncido por la concentración, y el sudor brillaba en su piel. Algunas gotas caían mientras golpeaba una y otra vez.
De repente, oyó aplausos a sus espaldas. Se giró, jadeando, y vio a Sophia de pie al borde del gimnasio, con una cálida sonrisa en los labios.
«Hola, cariño», dijo ella con voz alegre y vivaz.
La expresión de Lino cambió a una de sorpresa y confusión. «Creí que estabas enfadada conmigo», respondió con un tono de preocupación en la voz.
La sonrisa de Sophia se ensanchó al acercarse a él. —Lo estaba, pero no pude alejarme cuando vi que lo necesitabas. A