El santuario estaba en silencio, salvo por el suave resplandor de la marca de Ciel y los ecos de sus respiraciones. Tras el último ataque de Azrael, la joven sentía que cada fibra de su ser había crecido, pero también sabía que ese no era el final. Había demasiado por descubrir.
—Si queremos vencerlo —dijo Ian, revisando los antiguos manuscritos dispersos—, necesitamos conocerlo. Su origen, sus motivaciones, todo. No podemos luchar a ciegas.
Jordan asintió, señalando un pergamino que hasta entonces había pasado desapercibido.
—Mira esto. Habla de “el linaje Vorlak”, un antiguo clan de cazadores encargados de controlar el poder de los portadores del eclipse. Azrael no es solo un enemigo; es parte de algo mucho más grande, un sistema que ha supervisado y probado a cada generación de marcados.
Ciel se acercó al pergamino, su marca brillando al contacto.
—Entonces no es solo un cazador solitario… —murmuró—. Él ha heredado conocimientos y estrategias de siglos, de un linaje entero dedicado