La noche había caído por completo, y el aire estaba cargado de un silencio pesado, apenas roto por el murmullo de las hojas meciéndose con el viento. Ciel estaba en la azotea del edificio más alto del campus, con Ian y Jordan a su lado. La ciudad se extendía frente a ellos, un mar de luces parpadeantes que parecía indiferente a la tormenta que se gestaba en su interior.
—Tienes que aprender a controlar esto —dijo Ian, su voz firme mientras observaba la marca carmesí en la muñeca de Ciel—. Cada vez que se activa, tu energía crece, pero si no la controlas… puedes destruir más de lo que quieres.
Ciel frunció el ceño, sus ojos reflejando la luz de la luna.
—Lo sé… pero siento que hay algo dentro de mí que no puedo detener. Es como si… como si me estuviera llamando, y no sé si es mi fuerza o algo más.
Jordan dio un paso adelante, colocando su mano sobre la de ella para que el calor de su contacto la anclara.
—Ese “algo más” es la marca del eclipse. Es un poder antiguo, y si no lo controlas