Horacio no entendió lo que el muchacho quiso decir y espetó:
— Dado que no estás dispuesto a divorciarte, entonces, te veré en la estación de policía. ¿Tienes idea de lo que vale esa estatua?
La compré por ¡sesenta millones! Eso es suficiente para que termines al menos doscientos años en prisión.
El joven se quedó boquiabierto.
«¿Sesenta millones?» ¿Tanto?
Observó cómo Horacio buscaba su teléfono en el bolsillo, listo para llamar a la policía. Al ver que no mostraba ningún indicio de misericordia, la mirada desamparada de Hugo se desvaneció de a poco y la reemplazó una mirada poco amigable.
«Él jamás me vio como parte de su familia; todos ellos siempre me vieron como una despreciable rata de alcantarilla, incluso Paola.
Nadie, ni siquiera los sirvientes, me trataron como un ser humano, ¡Jamás!
Aquí termina todo, ya tuve suficiente».
Ya no tenía los ojos colmados de lágrimas, en cambio, de este ya va a agresividad. Bajó la mirada y se puso de pie con lentitud; justo cuand