Capítulo siete: Preguntas sin respuestas.
Austin me sonrió con suficiencia.
―Muy bien ―carraspeé―. ¿Nos conocimos en primaría?
―No.
Esperé, esperé y esperé, pero no dijo más. No me corrigió ni me informó sobre el lugar y ocasión en la que nos conocimos. Solo un simple: no.
Su sonrisa se ensanchó. Caí en cuenta de la trampa empresarial. Lo que llamaríamos “letra chiquita”. Yo solo le dije que tenía que responder mis preguntas y como condición debería iniciar primero. No le pedí que fuese específico, que me diera detalles, que mencionara lugar, fecha, hora. Solo que respondiera. Ese fue mi error.
Me mordí la mejilla interna. Me tragué el disgusto.
―¿Nos conocimos en la secundaria?
―No.
De nuevo el silencio. No me molesté en esperar y continué.
―¿Nos conocimos en preparatoria?
―No.
―¿Nos conocimos en la universidad?
―No.
―¡¿Entonces?! ¿Dónde nos conocimos? ―dije, exasperada.
Si no fue en primaría, secundaria, preparatoria y universidad, no se me ocurre ningún otro lugar.
―Aquí no fue.
Utilizó el vacío legal par