Blair observó a Massimo con una mezcla de sorpresa y preocupación. Su figura imponente, normalmente firme y segura, ahora se alzaba descompuesta y herida. El labio partido y los moretones en su rostro dejaban una estela de preguntas sin respuesta. La música y las voces animadas en la sala se amortiguaron en su mente, y todo lo que quedó fue el tamborileo inquietante de su corazón.
—¿Qué te pasó? —preguntó Blair, su voz apenas un murmullo mientras los dedos de sus manos se entrelazaban nerviosamente.
Massimo, sin apartar la mirada de los trillizos que jugaban a pocos metros, no respondió de inmediato. Sus ojos, oscurecidos por una tormenta interior, se clavaron en los niños como si se aferrara a un pensamiento desesperado. Blair, sintiendo una presión en el pecho, frunció el ceño y le hizo un gesto a la niñera.
—Por favor, llévatelos —ordenó con un hilo de voz, tratando de mantener la calma.
La niñera, sorprendida por el cambio de tono en la señora Vitali, obedeció de inmediato y condu