Ameline permaneció inmóvil en el jardín delantero de la mansión Rinaldi, sus ojos fijos en el punto donde el auto de Kato había desaparecido en la distancia, el polvo aún flotando en el aire como un eco de su partida.
Una tristeza profunda se asentó en su pecho, pesada como una piedra, mientras las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas. Con pasos lentos y pesados, giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la entrada de la mansión, su cuerpo moviéndose casi por instinto mientras el peso de la despedida la envolvía.
¿Volvería a verlo? ¿Sería una mujer libre cuando lo viera... o todavía una prisionera?
El sonido de sus propios pasos resonaba en el silencio del pasillo mientras subía las escaleras hacia su habitación, cada escalón un recordatorio de la libertad que Kato había recuperado y que ella aún no podía alcanzar.
Al llegar a su habitación, abrió la puerta con un crujido suave y se dejó caer en la cama, el colchón hundiéndose bajo su peso. Las cortinas estaban cer