La decisión que Gabriel no pudo tomar, la tomé yo por él.
Llevaba estos años montando mi propio negocio, por ahora ya logré tener una empresa que no estaba nada mal.
Aunque José y Sofía me habían dejado la herencia, nunca tuve interés en pelear por bienes con Gabriel.
Ya perdió a sus padres… la verdad, qué lástima.
¿Con qué cara le iba a quitar algo a un huérfano?
Elegí salir del matrimonio sin bienes, y en estos días confirmaría todo con mi abogado.
El último paso era conseguir el permiso de mi esposo.
Fui a la funeraria. El lugar estaba impregnado de un olor a humo insoportable.
Daniel parecía haber envejecido décadas en una sola noche. Se me lanzó al verme como si hubiera llegado una salvadora.
Con los ojos inyectados de sangre, me dijo: —Marta. ¡Sé que no vas a abandonar a Gabriel! Está adentro. Ve a consolarlo...
Un mal presentimiento crecía en mi pecho. Me dirigí a la sala a grandes pasos.
Apenas crucé la puerta, tropecé con algo en el suelo...
No, más que algo, era una persona…