A la mañana siguiente noté que Catriel no estaba en la mesa durante el desayuno. Tratando de no parecer interesada en saber dónde estaba el príncipe heredero, me arriesgué:
- ¿Vas a montar hoy, Lucca?
- Sí, entreno todas las mañanas.
- Me pregunto si... ¿Le importaría a Catriel que montara a Tormenta?
- Hay varios caballos más, querida. ¿Podrías pedirles que elijan un caballo más suave que Tempestad para ella? - La reina miró a Lucca.
- Pero Tormenta es mansa -repliqué.
- ¡Tormenta no es muy mansa! - Lucca se echó a reír.
- Si cree que a Catriel le importaría, está bien, Majestad. Puedo usar otro caballo.
- Por favor, Aime, no me llames Majestad. Me haría muy feliz que me llamaras por mi nombre, así como yo me tomé la libertad de llamarte por el tuyo.
- Te prometo... Lo intentaré. - Sonreí.
- Haré que te compren un caballo, Aimê -dijo el rey.
- ¿Para mí? - Me sorprendió su actitud.
- Cuando vuelvas al País del Mar, sabrás que tendrás un animal sólo para ti para montar.
- Me siento hal