Seguí caminando por la hierba verde y bien recortada cuando pasaron a mi lado rápidamente, mi padre llevándola en brazos. Me detuve, observando la escena con asombro. Una vez se hubieron ido, empecé a reír, sacudiendo la cabeza. Aunque mi padre no tuviera corona, siempre sería un príncipe. Y un día quise que alguien me mirara como él miraba a mi madre. Y que la llama del amor y del sexo fuera eterna, como la que aún ardía en ellos.
Me senté en un sillón bajo una pérgola del jardín. Cogí el teléfono y vi que Odette venía hacia mí. En cuanto se acercó, me advirtió:
- Aimê, si yo fuera tú, no abriría las noticias...
Sonreí, tirando de su brazo:
- Siéntate aquí, Odette. No quiero oír hablar de Alpemburgo. Quiero conocer a los herederos de País del Mar.
-