- Aimê no hablará contigo a solas. - Catriel fue categórico.
- Tú no eres su jefe -replicó Max-. - No tienes ningún derecho sobre la princesa de Alpemburgo.
Reí con incredulidad:
- ¿Derechos? Nadie tiene derechos sobre mí... Ni Catriel, ni tú tampoco, Max, después de tu traición a tu futura reina.
- Tienes que escuchar mi versión. Te juro que puedo explicarlo, Aime.
- ¡No hay nada que explicar, Max! - argumentó Catriel.
- Hasta entonces pensaba que habías sido tú quien había hecho correr la voz por los cuatro rincones del mundo de que querías condenar a la princesa de Alpemburgo y verla pagar por el crimen que había cometido. ¿En qué me diferenciaba yo de ti?
- Yo no hice la denuncia. Esa era nuestra diferencia.
- Aún así no la creíste. Y te creíste con derecho a juzgarla, sin darle siquiera la oportunidad de explicarse.
- Max, estoy dispuesta a escuchar tus razones -dije, con auténtica curiosidad-.
Lo hecho, hecho estaba y no había vuelta atrás. ¿Estaba satisfecho o me gustaba? No, c