Aunque sabía que necesitaba descansar un poco más, Antonela se levantó antes de que el sol saliera o de que el gallo cantara, como lo hacía todas las mañanas. Miró el reloj: iban a ser las cuatro de la madrugada. Sintió la vejiga llena y salió de la habitación en dirección al baño.
Antes, miró a un lado, al lugar vacío donde Adam solía dormir, y su pecho se llenó de nuevo de miedo y ansiedad. Solo deseaba que esa pesadilla terminara y que Adam volviera a su lado lo más rápido posible.
Pensó en lo culpable que se sentía por dejar a Adam solo con un completo desconocido para él. Después de unos minutos sentada en el inodoro y alimentando sus pensamientos con cosas malas, se levantó, se vistió y salió.
Esta vez, caminó por el pasillo oscuro, que se fue iluminando poco a poco a medida que se acercaba a la cocina. Se encontró con Carmelia sentada detrás del mostrador con una enorme taza en las manos.
Sus ojos se abrieron al ver a Antonela, pero luego los desvió al notar que se acercaba. An