El sol del final de la tarde se colaba por las rendijas de las ventanas abiertas, dando paso al viento helado de la noche que se aproximaba. El cielo indicaba que una tormenta estaba cerca. Benjamín se dio cuenta de esto, pues giró el rostro y miró hacia afuera. No soportó ver a Antonela junto al gobernador.
—¿Estás bien? —la voz de Dante rompió su ensimismamiento, y era la única voz que no quería oír.
Tardó en girarse y mirarlo. Necesitó un esfuerzo enorme para no expresar cuánto le irritaba la presencia del gobernador. Carraspeó, pensó en lo que diría, contuvo todas las palabras ofensivas que surgieron en su mente y dijo:
—¿Le importaría dejarme a solas con la madre de mi hijo? —esas palabras fueron intencionadas y dieron en el blanco—. Agradezco la ilustre visita del gobernador, pero necesito quedarme solo con Antonela.
Benjamín observó a Antonela bajar la cabeza y su rostro enrojecer. Estaba avergonzada, pero no dijo nada, aunque entendía bien sus intenciones.
—Entiendo —Dante lan