El olor de la muerte

Umi, y Denahi, comenzaron a acomodar las ramas y las hojas en el fuego de manera que ardieran lenta y suavemente, sin grandes llamas y sin mucho humo.

Sabían que no era conveniente que las llamaradas fueran grandes ya que el calor los iba a abrumar, aunque tampoco podían dejar que el fuego no alumbrara lo suficiente para que les diera el calor necesario.

El humo no ayudaba en nada, por el contrario, podía ahogarlos, además de llamar la atención a lo lejos.

—Si cae la tormenta de nieve… va a ser muy difícil que podamos regresar —insistió Denahi, visiblemente nerviosa y perturbada— hay que hacer algo antes de que…

—Wakantanka, cuida de nuestros destinos… —dijo Umi, con voz tranquila y amable, comprendiendo el miedo de su compañera— él nos mostrara el camino que n

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