Capítulo 68. Coincidencias predestinas por el destino. Parte 2.
Amelia.
Sabía que era un sueño, seguro que era un sueño, uno de esos malditos sueños eróticos y calientes que me llevaban asaltando, y siempre con ese hombre, desde hacía ya años, mucho antes de que, en esa tarde aciaga y decidida, ese pervertido y candente sueño se volvió estúpido y soso, ante lo que sentí cuando me golpeó la realidad.
También provocó que, lamentablemente, para mi paz mental, se multiplicaran los calientes y desatados sueños, por mil, y que incluso aparecieran cuando estaba despierta, enrojeciéndome y calentándome por entera, motivado porque ya conocía cual era el sabor de sus labios y de su cuerpo, el tacto de su piel, y la fuerza de sus músculos, sobre todo porque ahora tenía el conocimiento exacto, y enloquecedor, de saber lo que se sentía cuando lo tenía dentro de mí.
Lógicamente al ser un sueño, y por ser lo único que mi orgullo y mi testaruda mente, no controlaba, me dejé llevar, al principio quiero recordar, dentro de la dificultad que tiene recordar un su