13. Sarah

Cuando Adam aparacó el coche en la puerta de la inmensa casa, Sarah se bajó como si estuviera hipnotizada. Aquella casa era una maravilla, no podía comprender como su acompañante de viaje no le había contado que había nacido, y se había criado en un lugar como aquel.

Adam la agarró de la mano, y aunque la casa ejercía una influencia magnética sobre ella, se dio cuenta de que la calidez y suavidad de aquella mano masculina eran aún más atrayentes. Se dejó atrapar por su mano, que la cogía con la cantidad justa de presión y la obligaba a seguirlo en dirección al interior de la magnífica mansión.

Ella se colocó a su lado, y aunque tenía claro en su cabeza que aquella situación era solo una interpretación, su cuerpo vibró de emoción al sentir la calidez que emanaba el cuerpo de Adam. Se sintió extraña, y deseó poder controlar su propio cuerpo traicionero, que nunca antes, en toda su vida, se había sentido de semejante modo en presencia de nadie. Observó el perfil tenso del hombre, y sinti
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