Rodrigo, después de atender algunos asuntos, regresaba a casa. Sin embargo, al pasar por el restaurante, observó esa escena.
Levantó la ventana de su coche y, con voz grave, ordenó: —Conduce.
El chofer aceleró y se alejaron rápidamente.
Al llegar a casa, su hijo Gemio corrió hacia él y lo abrazó cariñosamente, llamándolo «papá».
Rodrigo levantó al pequeño y le preguntó: —¿Me extrañaste?
Gemio asintió con entusiasmo: —Sí.
—¿Dónde me extrañaste? —preguntó Rodrigo.
Gemio se señaló el pecho: —Aquí, en el corazón.
Luego le dio un tierno beso en la mejilla.
Rodrigo sintió la húmeda sensación del beso del pequeño.
Y notó un peculiar aroma.
Rodrigo frunció el ceño: —¿Qué cenaste esta noche?
Gemio inclinó la cabeza pensativo: —Comí... pan y tomé sopa.
Rodrigo estuvo a punto de reír ante la respuesta de su hijo. ¿Quién no sabría que había comido pan?
—¿Y qué más?
Gemio reflexionó un momento: —También comí algo «oloroso», pero estaba muy dulce.
Rodrigo estaba desconcertado.
¿«Oloroso»?
Dalia, al