Decidí no hablarle a Trevor, incluso le pedí a Brenda que le hiciera las terapias que le restaban antes de recibir el alta. Trevor protestó malhumorado con mi amiga. -Andrea es igual de terca que hermosa-, le dijo fastidiado, emitiendo muchos bufidos. Él estaba acostumbrado a mis evaluaciones y, como les digo, se sentía seguro y protegido conmigo.
Ese mediodía él me encontró almorzando en la cafetería. Yo había pedido pollo a la plancha con muchas papas fritas y una sopa de fideos. Todo estaba exquisito. Trevor jaló una silla y se sentó junto a mi mesa. Un enfermero le alcanzó la dieta que le corresponde a los pacientes.
-No quiero hablar contigo ni te voy a escuchar-, lo desafié sin mirarlo, encharcando las papitas fritas en mostaza.
-Por eso es que no tienes novio, Andrea, porque eres terca y testaruda, los hombres se asustan contigo, tú eres intimidante-, estaba él muy molesto.
-Al contrario. Tú estás acostumbrado a que las mujeres te sirvan, Michel, pero los tie