CAPÍTULO 122. Ecos del alma.
Capítulo 122
Ecos del alma.
La celda era fría, húmeda, impregnada de olor a metal oxidado. Alessia se abrazaba las rodillas en un rincón, temblando, los ojos enrojecidos y la piel cubierta de manchas oscuras de polvo. El silencio se quebraba solo por el gotear constante de una tubería rota y los pasos de algún agente al otro lado del pasillo.
Iván, en la celda contigua, caminaba de un lado al otro como un león enjaulado. Sus nudillos sangraban ligeramente de tanto golpear las rejas. Cada minuto que pasaba era una gota más de gasolina sobre el fuego que ardía en su pecho.
—¡Quiero hablar con un abogado! —gritó por enésima vez, golpeando el hierro con el puño cerrado.
Desde la otra celda, Alessia alzó la cabeza, la voz apenas un susurro:
—No nos van a dar ninguno, ¿verdad?
—No —respondió él con furia contenida—. No mientras sigan jugando este maldito juego. No somos ciudadanos de aquí, somos turistas. Presas fáciles. Necesitan un culpable para resolver este caso y nosotros somos los ide