"¡Ponte de pie!"
Ayunda intentó levantarse, aunque su cuerpo se sentía destrozado por las acciones de su esposo. Mahardika, por su parte, parecía sacar algo de un cajón.
Una cuerda.
Los ojos de Ayunda se abrieron de par en par al ver la cuerda en la mano de su esposo. No sabía qué más le haría el hombre, lo que la hacía temblar de miedo.
Sin decir nada, Mahardika se acercó e inmediatamente ató las manos de Ayunda con la cuerda que acababa de sacar del cajón.
El nudo de la cuerda, muy apretado, le causó mucho dolor a Ayunda. Sin embargo, Mahardika no se inmutó. Su furia había llegado a su punto máximo. Mahardika sentía que Ayunda había sido descarada, avergonzándolo frente a todos los importantes invitados de la fiesta.
"Hiks, hiks, me duele, hermano. Perdóname," sollozó Ayunda.
"¡Cállate, ramera! Después de lo que hiciste. ¿Esperas mi perdón? ¡Ni lo sueñes!" gritó Mahardika, haciendo que Ayunda se sobresaltara.
"Deberías haberlo pensado antes de hacer algo. Seguro que lo hiciste a p