CAINE
—Hey —dijo Costello, empujándose de la pared sucia junto a la entrada del bar. Llevaba una chaqueta de cuero que debía estar haciéndole sudar con este calor. Como siempre, su rostro estaba tan tranquilo que uno pensaría que era octubre en vez de un húmedo y pegajoso junio.
Asintiendo hacia él, miré las escaleras mugrientas que llevaban a la puerta. Barnie’s era un sótano remodelado que se había usado en los gloriosos días de la Ley Seca. El bar tenía historia, era un lugar que valía la pena cuidar. A los Deep Shots no les importaba un carajo.
Poniendo la mano en la funda de mi arma por instinto, avancé junto a Costello. Su mano me agarró el codo, deteniéndome. —No saques tu arma —dijo cerca de mi oído. El calor de su aliento me recordó a un lobo gruñendo a mi garganta—. No a menos que yo lo haga primero.
—No voy a sacarla como si fuera un concurso de medir el pene —dije, mirándolo a los ojos con una media sonrisa—. Aunque, si lo fuera, todos sabemos que no sería justo que me inv