Valentina sintió un zumbido en los oídos. ¿Le ofrecía conseguirle un hombre o incluso dos?
Él había tomado una decisión y eligió a Luciana sin dudarlo.
Sintió como si una cuchilla se le clavara en el corazón, retorciéndose y desgarrándola.
Con los labios temblorosos, logró articular:
—Mateo, yo todavía… soy tu esposa…
Él, con una camisa y pantalón negros impecables, ya no mostraba el desorden de la pasión. Había recuperado su fría y elegante compostura. Le tendió algo: —Esto es una compensación.
Valentina miró hacia abajo; era un cheque por un millón de dólares.
La voz magnética y fría de Mateo resonó sobre ella: —Esta es la compensación por el divorcio. Dejó el cheque en el lavabo y se marchó a paso firme. Iba a buscar a Luciana. Igual que su madre años atrás.
Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas. La habían abandonado otra vez. Tanto su madre como Mateo le habían dado todo su amor a Luciana. No importaba cuánto se esforzara, no servía de nada.
Poco después, un hombre se