Erwin conducía en su impoluto descapotable, ese que se había agenciado sin pagar ni una sola libra. Era todo un as en el engaño mental. Miró hacia su acompañante, observándola allí, sonriente, mientras la brisa nocturna sorprendía a ambos.
Ella no había dicho nada después del beso. Sólo había sido un beso para sellar un pacto, un contrato que los vinculaba a ambos, nada más, ¿no? Entonces por qué sentía aquella sensación al mirarla.