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Capítulo 2 - Nuestra inestable situación

Dante

No dije nada, por esto era mejor no decirle a nadie el que sentía miedo. Volví a mirar a Dayana. Se veía diferente. —Vagos recuerdos, se me filtraron de nuevo de aquella noche antes de perder la conciencia… —Isaac llegó a la mesa sonriente, mostró el reloj de Miguel en su muñeca. Hice lo mismo.

—¿Cuándo comenzamos, Patrón, jefe o Sombra dos? —Le saqué el dedo del medio de la mano para que dejara de joder.

—No empieces güevon. —Soltó una sonora carcajada.

Milena nos interrumpió, me abrazó por la espalda, el gesto de desagrado por parte de Isaac fue inmediato. Nunca habían congeniado y desde hace dos años se declararon enemigos públicos a pesar de que en los entrenamientos de combate hacían un dúo perfecto.

Eran como Enrique y yo, lástima que mi hermano declinó el pertenecer a Jaque mate. Lo primero por hacer era tener una seria conversación con ellos, ya que trabajaremos juntos. De hecho, tendré que hablar con más de uno. 

—¡Mira, primo! —extendió su brazo para mostrarme su reloj, era el del tío Simón—. Me muero por tener nuestra primera misión.

—¡Me lo imagino! ¿Te mueres por demostrarnos que eres un hombre? —Y ya empezaron.

Ezequiel se sentó mostrando su reloj; Freddy también se jubilaba. Aunque en mi grupo aún había integrantes muy jóvenes y debía esperar su mayoría de edad, por ahora a cuidar de ellos. Esa fue la única regla impuesta por nuestras madres.

—¡Sí, imbécil!, pero hace dos años cuando me la metiste, bien que disfrutaste al darte cuenta de que no tenía una verga. —Andrea llegó en el momento de la discusión en el milésimo enfrentamiento.

—Tu vocabulario es la puta evidencia de la clase de mujer que eres.

—Lo sé, me hace única.

—¡Te hace vulgar! —García se levantó molesto de la mesa—. Dante, ¿me escribes para ver cuándo comenzamos?

—En efecto.

Una vez Isaac se fue a la mesa de sus padres, miramos a Milena; adoro a mi prima, de hecho, era mi mejor amiga, pero siempre se pasaba, era tan diferente a Andrea.

—¿Qué?

—¿Por qué te cuesta tanto ser un poco más femenina? —recriminó su mella—. No tienes que parecerte un marimacho para encajar en el grupo de Jaque mate.

—En eso, Andrea tiene razón. —dijimos casi en coro.

—Porque yo no soy como tú, Barbi.

—¡Vete al carajo Milena!, luego no llores en las noches.

Ambas primas se fueron. Por momentos no la comprendía, de hecho, no comprendía a las mujeres.

—Ya vengo.

Enrique se dirigió al interior de la hacienda, otra vez detrás de Melisa. Al realizar un sondeo de integrantes, mis tíos sonreían ante quién sabe qué les decía Aníbal. Crucé la mirada con Dayana, su cabellera rubia la tenía suelta. Demetrio se acercó a nosotros.

—¿Aprendieron a comunicarse telepáticamente?

—¿Vas a joder tú también?

—Solo háblale a mi hermana. Todos ustedes están jodidos por enamorarse, no hay cómo ser un hombre libre, sin problemas o compromisos y fornicando cuando se me dé la gana.

—Quieres decir corrompiendo a los más pequeños.

Hace seis meses el bandido se llevó a los chicos de dieciséis en adelante para los lugares de chicas buenonas. Era una audaz lacra.

—Dante, en verdad, habla con ella. Vino solo porque mi padre se lo pidió, dado que se van por meses. Pero no quiere quedarse.

¿No se quedará a trabajar? Necesitábamos a una doctora en el equipo, solo que mis palabras fueron otras.

—Demetrio, ella puede hacer lo que se le dé la gana.

—Oye Delgado, ¿quiénes son esos tipos en motos que llegaron?

Al mirar, Dayana se acercaba a ellos sonriente con Andrea para saludarlos. —Ezequiel se molestó, ellos fueron novios en la pubertad, luego pasó algo con Sebastián, quien se dirigía a nosotros. Y desde lo de Las Vegas quedaron peor.

—No lo sé, pero ahí va mi padre. En cuestión de segundos lo sabremos. 

……***……

Enrique Sandoval.

Después de ver al noviecito de Victoria, se me revolvieron las entrañas, pero fue la excusa perfecta para ingresar a la casa de la abuela en busca de la mujer que deseo tener en mi cama. Por ahora espero que Vic recapacite, concuerdo con Dante en que solo sale con ese hombre para olvidar al primo.

La otra semana tenía el viaje a Colombia para ponerme al frente de las empresas de nuestros padres. Hace dos años surgieron dos equipos, quienes llevan en la sangre ese amor por la adrenalina, el deseo de matar y, por otro lado, se encuentran los que somos intelectuales y nos gusta hacer dinero. No es que no sepa pelear o manejar un arma.

Desde que nacimos, nos entrenaron para saber defendernos. Solo que a mí me gustaba más el mundo de los negocios. Por ahora, espero oficializar mi relación con Melisa, ella también viajará. Ejerce el cargo de abogada de las compañías. Shirly le entregó su puesto hace unos cuatro años más o menos y llegó la hora de demostrarle lo capacitado que estaba para ser su jefe.  Espero que no vuelva a tener novio.

Lo hace para no aceptar que se ha enamorado de un hombre menor. No ha sido fácil verla salir, bailar, besar y supongo intimar con otros. Tampoco podía exigir, cuando yo hago lo mismo. Cada vez que me abandona por sentir miedo, siempre pone distancia. Eso sí, se lo había dejado en claro. Cada vez que me dice «adiós, niño», no vuelvo a buscarla.

Sin embargo, desde ese viaje a Las Vegas… Como quisiera recordarlo, en fin. Por el momento había respetado mi única regla: no interferir en una relación. No pueden decir que Enrique Sandoval Vásquez les hacía el cajón, por eso no interfería en sus noviazgos, por más que me dieran ganas de partirle la cara a esos pirobos.

Acepté el sabio consejo de mi madre: no hagas lo que no deseas que te hagan a ti. El problema era que me veía como un puto crío y solo teníamos un poco más de cuatro años de diferencias. Reconozco el círculo vicioso de amor y odio con delicioso sexo salvaje en el medio.

Pero deseaba cambiar eso, quería algo serio con ella. El único que sabía de nuestro juego era Dante. Aunque papá también debía de intuirlo, a ese tiburón, lobo y león no se le escapaba nada. Me escabullí e ingresé por el lado del patio de la hacienda, debía de encontrarse en la cocina.

Y no me equivoqué, ahí de espalda se encontraba mi pequeña descarada. Me gustaba su cuerpo, no era el de una modelo como el de mi prima Andrea, de hecho, sus curvas eran delicadas, lo que sí tenía era una buena retaguardia, sus pechos eran medianos, y vestía muy elegante. Desborda sensualidad y seguridad, algo que me gustaba en una mujer.

Mis gustos siempre fueron las mujeres mayores, al inicio fue un problema para mi madre, pero luego de hablar seriamente con ella, comprendí que era mi gusto personal y recibí una buena recomendación de parte de ella. Me acerqué por su espalda y la pegué contra la encimera.

—Tenemos que hablar.

Le susurré al oído, mi mano se camufló por el escote del vestido violeta, permitiéndome llegar a su piel, Melisa echó la cabeza a un lado, me deseaba al igual que yo. Era evidente nuestro deseo y algo se levantó de inmediato.

» Tercera habitación del segundo piso.

Mordí el lóbulo de su oreja, presioné el pezón izquierdo, logrando sacarle un gemido. Mi erección se tensó más, restregué mi falo entre sus nalgas. 

—¿Estás cargado, niño? —detestaba esa palabra.

—Aunque te engañes al decirme infante, siempre regresas, por lo que este niño puede darte. Y te recuerdo que no me reservo para cuando a ti se te dé la gana volver. —Me alejé en dirección a la salida—. En cinco minutos te espero donde te dije.

—¿Y si no voy?

Di la vuelta para regresar y esta vez lo hice de frente, alcé su falda e introduje un dedo entre el pliegue de su centro.

—Como lo supuse, Preciosa, te encuentras húmeda. ¿Sabes lo que te pasará si me dejas esperando?

Mordí su labio. Puedo quedarme a provocarla más, sin embargo, la quería desnuda en la cama para deleitarme con su delicioso cuerpo, Melisa me jodía, así no se lo confiese a nadie. Saqué la mano, la llevé a mi boca.

» Extrañaba tu sabor. —Se puso roja, sus ojos cafés brillaron—. No tardes, este niño, —señalé la muestra de mi excitación—, te espera.

Al llegar a la habitación, comencé a quitarme la corbata, el saco. Me asomé a la ventana y mientras la esperaba, olí mi mano. Mi miembro se volvió a tensar, como me gustaba su aroma, su esencia. Pasaron los cinco minutos, luego diez. Al asomarme de nuevo a la ventana, la vi muy tranquila hablando con todas las mujeres de la familia. Acaba de dejarme plantado.

—Así que quieres que te castigue…  

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