POV Valeria
El eco de los tacones de mi hermana retumba en el suelo de madera mientras cruza la sala con los brazos cruzados y una expresión que mezcla indignación con resignación, porque no tiene más remedio que aceptar mi decisión, y esa es la única expresión que puede tener y aunque la tenga, ella sabe que yo, no pienso cambiar de opinión por ella ni por nadie.
Mi decisión está tomada y no desde hoy. Ya le había dejado claro eso hace algunas semanas, pero ella creyó que mis palabras eran un juego hasta hace unos días, que me vio tomar cartas en el asunto.
Sé que está a punto de darme otro sermón, lo sé, la conozco demasiado bien para saber que por su postura y ese ceño que trae fruncido es por eso.
Además, lleva los mismos días desde que se dio cuenta de mi primer movimiento, intentando convencerme de que no haga esto, pero no entiende que no puedo dejar de hacerlo. Solo una persona de mi familia me apoya y me aferro con fuerza para que no flaquee mi voluntad.
Esto es personal, demasiado, para mí. Y me frustra que ni siquiera, se ponga un poco en mi lugar. Claro, a ella no le afectó tanto como a mí porque estaba lejos. Porque no estaba en medio de uno de los momentos más importantes de su vida y tuvo que dejarlo todo a un lado para enfocarse en sacar adelante a la familia. Por eso, no entiende porqué quiero hacer esto con tanta vehemencia.
Frente al espejo, me detengo por un instante. Respiro hondo y retoco mi labial con precisión calculada, para que nada quede fuera de lugar.
El rojo carmesí contrasta perfectamente con mi piel, con la blusa blanca que elegí y la falda entallada que dibuja mi silueta. La chaqueta negra que llevo sobre los hombros es más que un complemento, es mi armadura, una que esconde lo que hay debajo de ella.
Mis manos se deslizan sobre las solapas de la chaqueta, ajustándolas, asegurándome de que todo esté en su lugar.
Me veo perfecta, me veo lista para lo que me he estado preparando todo este tiempo, desde que tomé la decisión.
Pero mi corazón late con fuerza, tanta que me cuesta disimular que todo está bien y que por dentro no estoy dudando de si mis habilidades son realmente suficientes para esto.
Soy buena actriz, pasé toda mi adolescencia en clases de teatro solo por gusto y porque amo el drama.
Sé que soy hermosa y no lo digo por vanidad, reconozco lo que soy y más porque me ha costado llegar a este punto. No físicamente, sino el punto de tener buena autoestima.
También sé que lo que estoy a punto de hacer es peligroso. Me adentro en un mundo donde un solo paso en falso podría significar mi ruina, incluso la cárcel o algo peor, porque de ellos puedo esperar cualquier cosa.
Y, aun así, aquí estoy.
Observo mi reflejo con detenimiento. No hay rastro de la niña ingenua que fui alguna vez. La que confiaba ciegamente, la que creía en finales felices. Esa versión de mí murió el mismo día que nuestra familia se vino abajo. Ahora solo queda esta mujer, calculadora y decidida, con una misión clara.
Me aliso la falda con un movimiento meticuloso y exhalo lentamente. La tensión en mis hombros es palpable, pero no puedo permitirme debilidades.
La adrenalina se mezcla con la anticipación, como una corriente eléctrica recorriendo mi cuerpo, que me mantiene alerta y la agradezco. Porque es lo que hasta ahora ha mantenido vivo en mí, el deseo de venganza.
Alzo la barbilla, adoptando la expresión de indiferencia que perfeccioné con el tiempo, aunque sienta que me puedo desmayar en cualquier momento. No puedo titubear, no puedo mostrar fisuras. Alejandro Lancaster no puede saber lo mucho que me cuesta mantener el control.
—Dime que no vas a ir —su voz es una súplica, pero yo sigo revisando mi reflejo en el espejo de cuerpo entero.
—Voy a ir —respondo con calma, mientras me ajusto el cabello en una coleta alta. No quiero que nada me estorbe, aunque luego decido que dejarlo suelto con mis ondas me hace ver mucho mejor.
—Valeria…
Mi hermana suspira, su reflejo aparece detrás de mí en el espejo. Sus ojos muestran angustia, pero también sabe que, diga lo que diga, no cambiará nada.
Puedo sentir su miedo, y aunque lo entienda, no puedo dejar que me detenga. Esta no es solo mi batalla, es la batalla de toda nuestra familia.
La ajustada presión en mi pecho no se disipa, pero la convierto en combustible. Hoy, Alejandro Lancaster verá a Valeria Bradford, alguien muy distinta a mi verdadera yo. Una identidad que me he esforzado en crear, aunque, para ser sincera, lo único que he cambiado ha sido mi nombre, porque todo lo que mostraré, todos los méritos, me los he ganado con esfuerzo, y entonces, no la verá como una víctima, sino como su peor error.
Me giro, lista para enfrentar lo que sea que venga de ella.
Un golpe seco en la puerta nos interrumpe. Mi hermana da un respingo, pero yo ni siquiera me inmuto. Ya sé quién es antes de que entre.
—¿Puedo pasar? —La voz grave y autoritaria de mi tío, Edward, llena la habitación y sin esperar respuesta, abre la puerta.
Luce como siempre, traje impecable, cabello cuidadosamente peinado hacia atrás, la mirada dura de un hombre que ha visto demasiado. Pero esta mañana, en sus ojos grises, hay algo distinto. Algo que me da fuerzas.
Se detiene unos pasos dentro, su mirada paseando de mi hermana a mí, evaluándonos como piezas en un tablero de ajedrez, porque, aunque él crea que no lo noto, es loque somos para él, par de piezas que cree que puede manipular.
Si no lo moviera el mismo deseo de venganza que a mí, hace tiempo lo hubiese puesto en su lugar, pero entiendo que, esto lo hace por nosotras también. Su dureza, su firmeza siempre, es porque desea cuidarnos.
—Déjala en paz, Clara —se dirige a mi hermana, con un tono cortante que me hace querer darle una mala respuesta por tratarla así, pero me muerdo la lengua, porque está de mi parte—. Ella sí va a ir. Y no va a titubear. No intentes hacerla cambiar de opinión, porque ella tiene un objetivo claro, a diferencia de ti, que no quieres hacer nada por la familia.
Mi hermana abre la boca, dispuesta a protestar, pero mi tío levanta una mano para silenciarla.
—Sé que tienes miedo. Todos lo tenemos. —Su voz baja de volumen, pero no de firmeza—. Pero Valeria tomó su decisión. Y no es una niña asustada. Es una Duarte y eso es más que suficiente.
Mi pecho se expande, caliente ante sus palabras. Una Duarte… sinónimo de valentía, o al menos eso es lo que mi padre y él siempre decían. No una víctima. Nunca más una víctima.
Ya no seremos una presa, somos los cazadores.