Capítulo cincuenta y ocho
Cargo al ruidoso Elián de un lado para otro en el pasillo, este niño es muy hiperactivo.
Quiero dormir...
—¿Tienes hambre, eh? —lo alzo a los aires y sonríe, muerdo mis labios y pego su nariz con la mía.
Me encanta esta sensación de felicidad.
Camino con él hacia el ascensor y a lo lejos veo sus ojos rojos, una de ellas me mira expectante a la situación y le da una calhada a su cigarro, junto mis cejas al sentir el olor a cigarrillo y presiono el botón de bajada, este abre sus puertas y entro, no despego mi vista de ella y el elevador cierra —hola —apego al bebé en mi pecho y me recuesto de una esquina en el ascensor —¿te asuste?
Ruedo mis ojos y miro a la castaña —¿Que quieres?
—Nada, ¿me